Empezarmos nuestro viaje a Chile con retraso y bastante desorden en Barajas.
Nuestro vuelo llega sobre las 9 de la mañana a Santiago, aeropuerto que nos ha sorprendido por su pequeño tamaño, y desde allí compramos el ticket para un transfer que nos lleva hasta el hotel de Macarena, donde pasaremos nuestra primera noche en Chile.
Nada más llegar, a pesar de ser temprano, nos permiten entrar en la habitación donde aprovecharmos para dejar los trastos y darnos una ducha, antes de salir a desayunar. Nuestro plan del día es visitar con Carlos, un compañero de trabajo de Macarena, la zona del río Maipo. Esta zona no está lejos de la capital y allí tendremos la oportunidad de pasear por una finca privada, donde visitamos las cataratas arcoiris y colibrí y una zona de recuperación de pumas. Comemos allí mismo, en el restaurante de la finca, y ya observamos que los precios son más altos que en España.
A la vuelta, ya empezaba a pesarnos el cansancio del viaje, así que decidimos cenar en la habitación, comprando algo en el supermercado más cercano al hotel.
Al día siguiente nos levantamos dispuestos a conocer Santiago y empezamos la mañana visitando el mercado de los dominicos, donde al ser lunes hay algunos puestos cerrados (no muchos) y muy poca gente, lo que resulta muy agradable.
Tras recorrer el mercado y, como no, comprar algún recuerdo, nos movemos en metro a la zona centro de Santiago para visitar la plaza de armas, el mercado central y la piojera, donde por supuesto decidimos entrar a probar el famoso "terremoto", cuyo nombre se debe a que todo empieza a tambalearse cuando te levantas después de bebérlo.
Por cierto, aquí no dejaron entrar a Gonzalo, el hijo de 9 años de Macarena e Ismael, ya en la entrada indica explícitamente que "en las cantinas no está permitida la entrada de niños".
Decidimos quedarnos a comer en el mercado central, donde hay más restaurantes que puestos de comida, y no dejan de insistirte en que entres en uno y en otro, ofreciéndote la carta y las ofertas del día, hasta el punto de resultar bastante pesado.
El Galeón, restaurante al que finalmente decidimos entrar, no resultó ser nada del otro mundo, y fue bastante caro. Probamos varios mariscos típicos de la zona que aunque nos gustaron, no nos parecieron nada especial.
Por la tarde decidimos subir al edificio más alto de sudamérica, el Sky Costanera, para ver el anochecer.
La entrada cuesta 20 eur aprox por persona y arriba hay dos plantas (con los cristales no muy limpios, al menos el día que subimos) y donde en ocasiones hacen degustaciones de productos típicos, en nuestro caso de vinos, aunque nos enteramos ya al salir, una pena!.
En cualquier caso, la vista 360 grados de la ciudad con los Andes al fondo, merece mucho la pena, sobre todo yendo a última hora de la tarde, para poder ver la vista de día y de noche. LLamó mucho nuestra atención la cantidad de neblina que cubría Santiago, desconocemos si fue una cuestión puntual, o como sospechamos es habitual debido a la contaminación en una ciudad tan enorme.
Tras bajar del rascacielos decidimos comprar algo para cenar en el hotel que hemos reservado para pasar la noche, situado en un polígono industrial al lado del aeropuerto (mucho más barato que los situados en el centro de la ciudad o en el propio aeropuerto, que incluye el transporte gratuito de ida y vuelta al mismo), ya que nuestro vuelo sale a las 6 de la mañana y no queremos madrugar más de lo necesario. Apesar de todo, entre reorganizar nuestras mochilas, ducharnos, cenar y el jetlag que arrastramos, no conseguimos dormirnos hasta bien pasada la 1 y media de la mañana.