Dejamos atrás Namibia para empezar a recorrer Botswana. Sin más complicaciones en la aduana que la inevitable espera para sellar los pasaportes, entramos en la zona que le da nombre a la ruta: El delta del rio Okavango.
 
El río Okavango no desemboca en el mar sino en el desierto del Kalahari, por lo que más que un delta es un abanico fluvial que ocupa una superficie de entre 15000 y 22000 km cuadrados.
 
Una de las actividades estrella de esta zona es el paseo en mokoro, barca típica de la zona con la que los habitantes de la zona se desplazan por los canales perchando.
 
Tradicionalmente los mokoros estaban hechos de madera, actualmente son de fibra de vidrio que los hace más resistentes, duraderos y de fabricación más sostenible.
 
Pasamos una noche acampados en una de las múltiples islas que forma el delta. Los mokoristas cantaron y bailaron canciones típicas alrededor de la hoguera y nosotros hicimos lo propio, aunque mucho menos afinados y coordinados que ellos.

La segunda noche estuvimos durmiendo en una casa flotante.
 
Fue muy agradable ver la puesta de sol deslizándote suavemente por el río viendo aves, como el rayador africano, en peligro de extinción o varios tipos de martines pescadores, además de algún que otro cocodrilo.